Capitaine à la barre

Inch'Allah, la vuelta

Un regreso memorable para un capitán experimentado

Al llegar a la marina de Agadir, después de habernos ayudado a atracar el velero, los marineros del puerto nos indicaron que teníamos que esperar a que llegasen las autoridades antes de poder desembarcar. Cuando nos percatamos que íbamos esperar un buen rato antes de ver llegar a alguien, Nadine decidió preparar un almuerzo. Efectivamente, la paciencia es una virtud que se aprende en el continente africano o, por lo menos, el que no la adquiera tendrá problemas.
A la hora, llegaron a bordo 4 representantes de distintas administraciones marroquíes: Aduanas, Policía Real, Gendarmería real. Nos pidieron nuestros pasaportes y cada uno les sacó fotos con su móvil. También tuvimos que responder a una encuesta sobre nuestra situación profesional, la razón de nuestro viaje, nuestro lugar de origen y de destino. Al finalizar la inspección del barco, se llevaron nuestra documentación, indicando que iban a sellar nuestra entrada al reino de Marruecos.

Mientras estábamos esperando que llegaran, Jacques revisaba el puente. Una joven mujer francesa con su niño se paró para saludar al ver que el barco llevaba la bandera francesa. Comentó que, con sus dos niños y su marido, iban a zarpar un poco después para ir a Canarias. Dado el hecho que, en el viaje de ida, había comentado a bordo que si yo encontraba un barco para regresar a las islas me iba a embarcar, Jacques le comentó que tenía un buen marinero por si quisieran alguien a bordo para ayudarles. La mujer comentó que prefería quedarse sola con su familia pero que había otro barco que salía también esa tarde, el de Youssef.

Velero

Alhambra, un nuevo rumbo

Nos acercamos al « Island Packet 370 » donde estaban embarcadas dos personas. La joven mujer nos indicó que no era la propietaria del barco pero que iban a realizar la travesía con su pareja. Cuando el capitán marroqui de nacionalidad estadounidense apareció, al preguntarle si le interesaba que se subiera un marinero a bordo, respondió sin pensarlo: “Bueno, seremos cuatro.” Para mi, era la oportunidad de regresar en otro viaje a vela. El capitán nos indicó que salía sobre la marcha. Me emocioné y salimos detrás de las autoridades que estaban todavía por la zona con nuestra documentación para preguntar si podía salir con este barco. Dieron su visto bueno y nos pidieron que esperásemos su regreso con la documentación. Como la pareja de franceses estaban esperando también sus pasaportes, el capitán Youssef aceptó.

Me fui de vuelta al ‘Dufour 425’ para preparar mi mochila. Cuando había salido de casa en Tenerife, pensaba quedarme unos días en Marruecos para descubrir el país, su gente y su fauna. Había preparado una mochila ligera y me acordé de llevar los prismáticos para observar aves. Me resultaron muy útiles para observar la fauna durante la travesía. Ahora tenía que posponer mis planes de descubrir esta tierra desconocida para otro momento de mi vida. Volveré.
Acepté unos últimos regalos de Nadine (dos paquetes de galletas saladas, una pequeña ración de tortilla y dulces de La Gomera), entre ellos dos manzanas que se me olvidaron en un rincón en plena euforia del viaje. También me olvidé la crema solar.

Cuando llegué frente a la entrada del barco de Youssef, puse mi mochila en el suelo y se la presenté al oficial de aduanas para que la inspeccionara. Me preguntó: “¿Son estos efectos personales?”. Cuando se lo confirmé, me dijo que podía subirla a bordo. Una vez a bordo, el capitán del barco es el responsable de lo que haya en su barco.

Alhambra

«En ese momento, confié en la euforia de la partida y en el hecho de que otro velero, con niños a bordo, iba a tomar el mismo rumbo que nosotros.»

Mi escala la más corta

El capitán Youssef me dio permiso para ducharme antes de zarpar, mientras esperábamos a que nos entregaran los pasaportes. Lo único que pude ver y sentir en Agadir fue la ducha del puerto deportivo. Mi anterior capitán señaló que podría tener el récord de la escala más corta en Agadir.
Después de abrazar a mis queridos amigos Nadine y Jacques, subí a bordo. Soltamos amarras a eso de las 16.00 horas y zarpamos hacia una aventura inesperada.

notre départ

Una nueva organización

Dos horas después de la primera parte de la navegación a motor, le propuse a Youssef ponerme al timón y fue entonces cuando me di cuenta de que su piloto automático no funcionaba. Esta herramienta es esencial para que la persona al timón pueda hacer algo más que seguir el rumbo del barco. Entonces me dijo: “No te preocupes, lo voy a solucionar”. Para solucionar el problema, empezó a tocar todos los botones en busca del fallo... A pesar de pasar largos minutos intentando encender el piloto automático, resultó que:

  • El piloto estaba indicando un rumbo con una desviación de 70º respecto a la brújula de a bordo. Esto era sólo un pequeño inconveniente y podríamos mantener el rumbo, pero...;
  • Mientras estaba probando el piloto, me di cuenta de que, poco a poco, se está desviando de su rumbo. Esto nos obligó a corregir +10º o -10º a cada momento, sin perder de vista la brújula.

Esto era sólo el principio. Durante el resto de la travesía, no tuvimos un piloto automático fiable, lo que nos obligó a coger el timón durante horas y horas. De hecho, para no cansar el mecanismo, es mejor dejarlo descansar. Lo que hice en mis turnos.

Hablando con el capitán, me enteré de que había comprado su barco en Estados Unidos y que un amigo se lo había llevado hasta Agadir. Dada la falta de profesionalidad de los marroquíes, prefirió llevar su barco a Arrecife para recuperarlo en perfecto estado. Esa fue la travesía que hacíamos.

Para orientarnos, Youssef me enseñó una flamante tableta en la que se había descargado la aplicación ‘Navionics’. Ésta proporcionaba una carta náutica detallada y, gracias al GPS de la tableta, teníamos nuestra posición, datos de velocidad y la posición de otros barcos de la zona que tienen su AIS funcionando. El nuestro parecía funcionar bien.

Cuando embarqué en Agadir, una de las primeras preguntas que le hice al capitán fue cuál era el horario de guardias para esta travesía. Cuando le expliqué que, en la travesía desde La Gomera a Marruecos, estábamos organizados en guardias de 2 horas, me contestó: “Bueno, dos horas, tres horas, incluso más si es necesario. El que tenga que descansar, que descanse”. El capitán también me dijo que, como los otros dos tripulantes no tenían experiencia, compartiríamos las guardias él e yo estando uno de ellos a nuestro lado. En ese momento me dije a mi mismo: “vale, una nueva forma de organizar las cosas, me adaptaré”.

Un inicio caótico

A las 7 de la tarde, Youssef me propuso ir a descansar antes de hacer mi turno de noche. Así que me fui al camarote de proa que iba a compartir con el capitán. Fue 1 hora de siesta despierto en condiciones de mar ligeramente agitado, con mi cerebro aún aturdido por las primeras dudas de la travesía: un barco, un capitán y una tripulación que no conocía. Volví rápidamente a cubierta para sentirme a gusto. Antes de la puesta de sol, propuse utilizar exclusivamente las velas y lo intentamos con el poco viento que soplaba, pero no íbamos lo bastante rápido según el capitán. Continuamos varias horas a motor, rumbo a Arrecife.

No fue hasta 3 horas más tarde cuando volví a descansar para una siesta agitada, ya que las condiciones del mar habían aumentado, las olas eran más fuertes y el momento en la cabina de proa era un vaivén regular, meciéndome en todas direcciones. Regularmente volvía a subir a cubierta para tomar un poco de aire fresco e intentaba descansar de nuevo, pero no era fácil ya que el barco escoraba de un lado a otro.

Después de intentar descansar durante dos horas, de nuevo en cubierta a las 01:21 pudimos por fin parar el motor y navegar a vela, ya que el viento se había levantado y estábamos navegando a entre 6 y 8 nudos según la tableta. A esta velocidad, siguiendo el mismo rumbo, mirando la carta del jueves 17 a las 03:00, la conclusión era que deberíamos llegar a Arrecife el viernes 18 sobre las 09:00. Llevaba 2 horas al timón y Youssef no apareció hasta una hora más tarde.

Hasta entonces, me había ofrecido unas galletitas de avena con frutos secos. Cuando abrí la nevera del barco al ir y volver del camarote de descanso, me di cuenta de que la misma estaba vacía y no pude comer. En ese momento, me había entrado un fuerte hambre que llevaba tiempo sintiendo. Pidiéndole a Youssef algo de comer, me preparó un wrap relleno de una ensalada de verduras que había preparado la joven Emma. Me supo a esa exquisita comida que echas de menos cuando estás a punto de quedarte sin energía. Después de reponer fuerzas, volví a la cama hacia las 5.20 h para descansar hasta las 7 h. Parecía haberme acostumbrado al ritmo de 2 horas. Youssef apareció al cabo de 3 o 4 horas.

Mi primera mañana a bordo de ‘Alhambra’

Sacudidos por el mar

A las 10.18 puse el despertador a la 13.30, pensando que podría echarme una buena siesta. Por desgracia, el mar está aún más agitado e Youssef había tomado un rumbo que nos hacía dar bandazos de un lado a otro. A las 11.22 subí a cubierta para ver cómo estaba y descubrí que estaba disfrutando de los caóticos movimientos del barco. Volví a dormir un poco, pero a las 12:36 ya no podía conciliar el sueño a causa del barullo del barco entre las olas y los fuertes movimientos incesantes que era, según un mensaje que escribí en ese momento, “mejor que las montañas rusas”.

Al mismo tiempo, podía oír a Emma expulsar todo lo que había bebido y comido. Quentin y ella, los dos procedentes del centro de Francia, nunca habían experimentado este tipo de estado del mar. Él parecía estar cada vez mejor, a pesar de que durante las primeras 24 horas de navegación ninguno de los dos había estado mucho tiempo en cubierta. En cambio, la pobre mujer no tenía muy buen aspecto cuando le pregunté si se encontraba bien y me contestó con esa sonrisita que ponemos para ser amables: “Estoy bien, sólo he vomitado un poco”.
Mirando a Youssef, me di cuenta de que está obsesionado con llegar rápido a su destino y me lo confirmó diciéndome: “Mañana quiero llegar a Arrecife antes del mediodía”. Fue entonces cuando le propuse llevar el timón para que él pudiera descansar. Aceptó.

Una vez al timón, noté que el barco se movía bruscamente debido a las enormes olas que entraban por estribor. Decidí cambiar de amura y dirigir el barco más hacia el sur para llevar las olas y el viento por la popa. Gracias a este cambio, el barco se relajó y no sentíamos tanto esos impresionantes movimientos. Quentin y Emma se quedaron conmigo en cubierta. Pude darme cuenta que apreciaban el cambio. Una vez recuperada la confianza y el color de Emma, la pareja regresó al camarote para descansar. Fue entonces cuando pensé que era necesario otro cambio. Había conseguido calmar el mareo de mi joven tripulación, pero aún debíamos corregir el rumbo para encontrar nuestro destino. Siguiendo así hacia el sur acabaríamos en Cabo Verde.

Decisiones

No sabía cómo se comportaría el barco contra las olas y en ceñida, pero era mejor averiguarlo durante el día, ya que por la noche sería peligroso. Ese fue el momento. A las 16.16, puse rumbo 300º y veía venir de lejos olas de 3 a 4 metros. Tuve que manejar lo mejor para evitar lo peor. Durante 3 horas, con el barco escorado y las olas rompiendo sobre la cubierta, mantuve el rumbo, mojándome para mi tripulación, cambiando de posición para mantener los músculos ágiles y bebiendo toda el agua posible.

Navegación agitada

Fue justo antes de la puesta de sol cuando pusimos rumbo a 240º para dirigirnos de nuevo a Arrecife. Quentin había vuelto a cubierta unos minutos para disfrutar de la navegación agitada y me decía que las olas eran impresionantes. Le dije que eso no era nada comparado con las condiciones que habíamos tenido antes, mientras él estaba en el camarote. Me confirmó que habían sentido que el barco se movía como nunca. Entonces le expliqué que, esta noche, sería importante que él y Emma estuvieran alerta para ayudarnos a mantener una vigilancia activa en busca de otros barcos en estos mares agitados.

coucher de soleil

Una larga noche nos espera

Una hora después de la magnífica puesta de sol, Youssef reapareció en cubierta, le deje tomar el timón y por fin conseguí ir a descansar después de un esfuerzo físico y mental considerable. Eran las 20h22. Entonces pensé que me merecía un buen descanso de 4 horas.

A las 23.21 h, Emma llega a la entrada del camarote para llamarme. Youssef le había mandado a buscarme para que volviera a cubierta. Pedía un cambio. Cuando llegué al puesto de mando, vi al capitán Youssef en la misma posición en la que lo había dejado unas 3 horas antes y cuando le pregunté cómo se encontraba, me respondió: “No siento los brazos”. Había permanecido tenso al timón, manteniendo el rumbo. Tenía que asumir de nuevo la responsabilidad de llevar el timón. Me quedé al mando, ayudado por mis marineros Emma y Quentin que, afortunadamente, se habían acostumbrado a las condiciones y se sentían confiados en mi compañía. Había formado un equipo para llegar a buen puerto.

Habían pasado casi cuatro horas y una vez más, como hago habitualmente, quería consultar la tableta para controlar la situación. Realmente no es fácil mantener el rumbo con un timón que tenía juego en el eje desde hacía varias millas náuticas, sin piloto automático, con las olas y el viento de por medio. En esta ardua tarea, sentí una mano benévola que agarró ligeramente el timón y una voz que me preguntó: “¿Quieres que te ayude?”. En ese momento, me di cuenta de que por fin disponía de un piloto automático fiable. Le pedi a Quentin que se pusiera en mi lugar y mantuviera el rumbo, explicando lo flexible que tenía que ser al girar el timón. También le expliqué que si se iba demasiado hacia 300º, al llegar a 270º, el barco tendería a orzar y sería muy complicado controlarlo. También aprendió que si se iba demasiado hacia 200º, acercándose a 220º, se corría el riesgo de que la botavara pasase violentamente de un lado a otro del barco, con el riesgo de romper el algo de material. Había que mantenerse cerca de los 240º. Lo estuvo haciendo perfectamente, con los ojos pegados a la brújula desde las 04:19 mientras yo mantenía una vigilancia activa.

Después de una hora al timón, le pregunté a Quentin cómo se sentía y vi que estaba disfrutando de la experiencia y quería continuar. Dicho esto, el capitán Youssef llevaba descansando unas 5 horas. Pensé que era hora de despertarle para que hiciera su turno de guardia. Me acerqué a la cabina con la luz roja de mi linterna frontal encendida y le llamé una primera vez: “¡Youssef!” No respondió. Otra vez: “¡Youssef!” No respondió. Seguí así al menos diez veces, aumentando el tono de mi voz, antes de decidirme a iluminarle con la linterna blanca de mi teléfono y llamarlo tres veces más. Nada ayudó, parecía estar en un estado morboso.

Decidí olvidarme de él y concentrarme en mi tarea: ir buen puerto.

"Do it Yourself"

Al llegar al puente, Quentin me preguntó qué había dicho Youssef...
Me eché a reír a lo grande y le dije: “¡Olvídate de Youssef! Dijo: 'Do it Youssef!” (“Do it yourself” en inglés significa “Hazlo tú mismo”). Quentin capta la broma en el acto y nos echamos unas buenas risas que duraron varios minutos, lo que nos vino muy bien para nuestra energía. Nos iba a costar mucho llegar hasta el destino.

Así que decidí izar el Gwen ha Du a babor. Pudo parecer un motín, pero fue el líquido marinero bretón que corría por mis venas lo que me dio fuerzas. Cuando estaba solo al timón contra el viento y las olas, cantaba canciones bretonas para infundirme valor. Mi fuente de vida es esencial para mí y a menudo pensaba en mi abuelo Jean, pensando que me acompañaba en esta aventura. Tener esta bandera ondeando en el aire del mar era un símbolo importante.

A las 06:27 estábamos a 25 millas náuticas de la isla de Lanzarote y por fin podía respirar, ya que había conseguido enviar un mensaje a mi familia. Eso significaba que, por fin, la red telefónica estaba ahí en caso de necesidad. Claro, nunca se lo había comunicado a mi equipo para no perderlos, pero desde hacía 25 millas, por la noche, no teníamos electricidad a bordo. Esto significaba que nadie podía saber dónde estábamos porque ya no teníamos:
- feux de route,
- AIS,
- VHF.

En la noche nublada, a veces iluminada por la luna llena (¡qué suerte!), nos alternamos con Quentin al timón (con turnos de unas 2 horas - 04h19-06h42-08h23) mientras el otro permanecía en guardia activa para evitar cualquier riesgo de colisión. Una vez que amaneció y pudimos ver la isla a lo lejos, la sensación fue aún mejor. Cuando Emma reapareció en cubierta y me reemplazó en la guardia, pude, mientras permanecía medio sentado en la bañera, tomarme el tiempo para dos siestas de 15 minutos antes de llegar a la entrada del puerto de Arrecife hacia las 10h00 del viernes 18 de octubre de 2024.

Quedaba por hacer la maniobra de puerto, que realicé con la ayuda del equipo de abordo y dos marineros del puerto deportivo que vinieron a ayudarnos.

Nació un capitán

Personalmente, esta experiencia me ha dado la confianza necesaria para manejar un barco como un verdadero capitán y mi capacidad para desenvolverme en una situación de crisis. Otra cosa de la que me he dado cuenta es que nos imaginamos límites que somos capaces de superar. En 42 horas de navegación, sólo había dormido 9 horas y 30 minutos en periodos de siestas en el mar (no es lo más cómodo).
También es cierto que no volveré a embarcarme en otra travesía hasta haber realizado una revisión exhaustiva del barco, la tripulación y las condiciones meteorológicas.

Si has leído hasta aquí, probablemente te preguntes qué le pasó a Youssef. En las últimas 11 horas de navegación, estuvo en el camarote, al parecer con un horrible dolor de cabeza que no le dejaba levantarse de la cama. Más tarde supe por mis contactos en el puerto deportivo de Agadir que Youssef era un pésimo navegante y que en los dos últimos años sólo había sacado una vez su barco del puerto para dar vueltas en el agua. Pero, como lo suelen decir: “¡Inch Allah!” y, sí, Dios quiso, llegamos sanos y salvos.

Es curioso cómo, después de aquella larga travesía, cuando cerraba los ojos en la cama de vuelta a casa, en tierra firme, aún podía ver el gran azul. Es más, esta impresión de movimiento constante, incluso una vez en tierra -que algunos llaman “mareo”- es una sensación agradable para mí. Me encanta el mar y vuelvo en cuanto puedo. Si tuviera que volver a hacer esta travesía en las mismas condiciones, lo haría otra vez, porque he aprendido mucho.

Fue mi primera gran travesía, más de 650 millas náuticas en 6 días. Ahora estoy deseando preparar otras nuevas.

equipage

El capitán y la tripulación que han conseguido navegar a buen puerto

La historia de mi primera travesía oceánica a vela

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